Si un invasor supera las primeras barreras de control de nuestro ejército inmunitario, enseguida se pondrá en marcha una maquinaria de control bélico que incluirá a los soldados del bando innato, por un lado, y a los guerreros del bando adaptativo, por el otro. ¿El fin de todo esto? ¡Librar una batalla inmunológica para evitar que ningún invasor pueda perturbar nuestra salud!
Ahora bien, al igual que ocurre con todas las batallas, existen daños colaterales que no deben olvidarse. En nuestro caso, esto involucra que, de no ser controlados de forma adecuada, nuestros soldados no sólo destruirán la amenaza, si no que podrían también producir daño en nuestros tejidos, o algo peor, dar lugar a una enfermedad autoinmune, en la que ahora el campo de batalla tendrá como enemigo a nuestro propio organismo. ¡Ay, ay, ay! ¿Quiénes calman a los soldados para decirles: “Oye, que todo está terminado, ¡para ya!“? ¿Qué mecanismos existen para que las batallas no se les vayan de las manos? ¡Respira hondo, toma asiento y disfruta de esta nueva entrada! Cuando termines de leerla, descubrirás que entender esto ha sido de vital importancia para, entre otras, desarrollar un tipo de inmunoterapia contra el cáncer conocido como inhibidores del punto del control, y que ya se está usando en pacientes. ¡¡Empezamos!!
“Muerto el perro, se acabó la rabia”
Una batalla inmunológica tiene siempre como protagonista a un invasor, que aquí, y para simplificar, llamaremos antígeno. Cuando éste logra entrar en nuestro organismo, será el responsable de iniciar una guerra encarnizada que tendrá como fin deseado su destrucción. Lo primero en lo que podríamos pensar es que si el invasor se elimina, no habrá más antígenos en el organismo y, por lo tanto, la respuesta perderá intensidad y aquí no ha pasado nada. ¡El ciclo perfecto!

Sin embargo, la realidad es bien distinta. En primer lugar, por que se ha observado que, en algunos casos, los antígenos, una vez que entran en nuestro organismo, nunca desaparecen, incluso cuando creemos que hemos acabado con ellos. Un ejemplo de esto es la infección por el virus que causa la conocida como enfermedad del beso, el virus de Epstein-Barr, el cual permanece en nuestro organismo prácticamente toda nuestra vida. La enfermedad es precisamente la manifestación de que nuestro ejército está luchando contra él. Sin embargo, una vez que lo hemos destruido (o que creeemos haberlo destruido), este queda retenido en el interior de nuestros soldados B de por vida, por lo tanto…¡sigue ahí! ¿No tendría que haber una respuesta infinita? Obviamente esto no ocurre, por lo que el refrán de “Muerto el perro, se acabo la rabia” no parece ser un mecanismo de control estricto para nuestro ejército.
¡Qué empiecen los juegos del hambre inmunitarios!
Cuando los soldados T o B encuentran al invasor para el que han sido entrenados se produce un verdadero baby boom, esto es, una división muy rápida que dará lugar a múltiples de estos soldados. Aunque nunca pensemos en ello, todas las células, incluidos por supuesto nuestros soldados, tienen que alimentarse. Y ahora pensad solo un momento a un montón de soldados en un lugar muy pequeño…¿no sería algo así como si alguien anunciara “¡qué empiecen los juegos del hambre!”, para ver quien es el más fuerte?

En efecto, uno de los mecanismos más interesantes con los que nuestro ejército cuenta, es controlar el número de guerreros a través de la disponibilidad de ciertos “alimentos”. Un ejemplo muy claro de esto es lo que se conoce como triptófano, un aminoácido, que es necesario para que los soldados T reguladores (los introduciré en un ratito más abajo, ¡atent@!) actúen. Así, cuanto más triptófano en el medio, pues más soldados T reguladores habrá, y, por tanto, más control se producirá. Se trata de un mecanismo realmente curioso y que, como no nos debería de extrañar, ha sido aprovechado por algunas células rebeldes: sabiendo que poniendo más triptófano en el medio habrá más control, algunas de ellas lo producen y evitar ser reconocidas por los demás soldados. ¡Malditas células rebeldes!
Control soldado-soldado: ¡Ooooorden!
En esta entrada os mencionaba que los soldados T de ayuda (CD4+) podían dar lugar a diversos grupos de acción en función de las propiedades que se encuentren en la batalla. Pues bien, uno de estos tipos son los anteriormente mencionados soldados T reguladores. Como su propio nombre indica, estos guerreros no tienen una función guerrera propiamente dicha, si no más bien de regulación, es decir, de control. Son los soldados encargados de poner orden por muchos lugares.
Este control lo pueden llevar a cabo a través de varios mecanismos. Por ejemplo, pueden llegar al lugar de la batalla, ver como está el percal, y comunicarse directamente con otros guerreros para decirles: “Oye, que ya está bien, mátate”. Y listo. Esta misma instrucción pueden mandarla a través de un mensajero, una citocina, que tendrá como colofón precisamente poner control en los guerreros de alrededor. Los soldados T reguladores no solo son clave para frenar batallas que comienzan cuando los invasores entran en el organismo, sino que son vitales para evitar que aparezcan enfermedades autoinmunes. Tiene sentido, ¿verdad? Sin nadie por allí que ponga orden…¡mal asunto!
Los “frenos” o puntos de control
Y para terminar, quiero introduciros muy brevemente, ya que hablaré en más detalle de ellos en otra entrada, a los puntos de control. Para ello tenemos que imaginarnos que somos un soldado T, y que estamos viajando tranquilamente por un centro de inteligencia (nódulo linfático) tras haber superado las duras pruebas de selección. En una de estas, nuestro detector (el TCR) encuentra al invasor para el que hemos sido entrenados: ¡¡que ilusión!! Así que nosotros nos ponemos a dividirnos rápidamente y a empezar a poner en práctica lo que hemos aprendido.
Entre otras cosas, a la vez que nos activamos, también empezaremos a producir unos frenos, que nos permitirán recibir señales de orden por parte de otros soldados o células obreras de nuestro organismo. Estos receptores permiten que los guerreros T no se emocionen demasiado y causen daño a los tejidos de alrededor.

Por ejemplo, uno de estos frenos es el conocido como muerte programada 1 (bastante directo, ¿no?), del inglés, PD-1. Otras células obreras y guerreros expresan la señal que activará el freno, conocida como ligando de muerte programada 1 (también muy directo…), del inglés, PD-L1, en un intento de insistir en que la lucha ha llegado a su fin. De nuevo, ¿que levante la mano quién no haya pensado ya que las células rebeldes aprovechan precisamente este mecanismo para salirse con la suya? Así es, algunos tumores expresan PD-L1 a montones, mandando la señal de “OFF”, tal y como ya os explicaba en esta entrada sobre por qué desarrollábamos cáncer (si teníamos un ejército inmunitario que, en teoría, nos tendría que proteger). El haber conocido esto ha sido un avance increíble, y en la actualidad existen inmunoterapias contra el cáncer que se basan en bloquear precisamente estos frenos. Los resultados han sido, en algunos casos, espectaculares. Si te has quedado con más ganas de leer sobre qué tipo de inmunoterapia contra el cáncer es esta, no dejes de leer la próxima entrada.
Como véis, conocer cómo se activan los guerreros es importante, pero entender como se les pone freno es también de vital importancia si queremos una respuesta sana y sin mayores problemas. Además, conocer y descubrir los mecanismos que existen para parar los pies a los soldados permite desarrollar estrategias terapéuticas que puedan influir en nuestra vida diaria para tratar diversas patologías, desde enfermedades autoinmunes, a alergias, pasando por el cáncer. ¡¡Gracias, soldados!!